miércoles, 16 de septiembre de 2015

la historia del té

  En una conferencia dada por el conocido matrimonio de historiadores, Will y Ariel Durant, escuché decir que la civilización comenzó cuando el hombre dejó de beber sólo agua. Una salida de tono muy americana, para abrir boca conversacional, claro, y animar a la polémica. Pero que tenía fundamento, y estaba muy bien hilvanada.

  Todos sabemos que la bebida más antigua de la Humanidad son los zumos de fruta, y entre ellos, el vino. Pero no vamos a hablar de ellos aquí, sino del té.

  Una leyenda china afirma que el té fue introducido en las costumbres de aquel pueblo por el emperador ShemYung hace alrededor de 4750 años. Al parecer el soberano había ordenado a sus súbditos beber agua hervida seguramente para evitar enfermedades contagiosas. Mientras se hervía el agua cayeron dentro del perol algunas hojas de té, arbusto oriundo como es sabido de aquellas latitudes. Al emperador le agradaría el sabor que las hojas dejaban en el agua, y así surgió la bebida.

  Sin embargo, las noticias históricas del producto no se remontan más allá del siglo IV antes de nuestra Era. Hacia el año 350 antes de Cristo el té era ya una bebida extendida en China, tanto que llegó a ser considerada como la bebida nacional por excelencia en época temprana.

  En documentos del año 780 ya se describe su proceso de elaboración, en la siguiente receta:
. se hace un a modo de casquete de hojas que previamente habrán de ser sometidas al vapor, y trituradas; la pasta resultante se moldea en forma de pastelillo y se sumerge en agua salada hirviendo.

La infusión resultante se bebía con fruición. Y no sólo se bebía, sino que llegó a utilizarse como moneda de cambio, según muestra cierta documentación procedente de los tiempos de la dinastía Ming, entre los siglos XIV y XVII, según la cual se hacía transacciones comerciales con las hojas de té: un buen caballo estaba tasado en sesenta y ocho kilogramos de hojas de té.
  Al Japón, el té llegó en el siglo VI, más o menos al mismo tiempo que a la India. Con el té se especulaba en Oriente, de modo que un conocido naturalista alemán, Andreas Cleyer, lo introdujo en el siglo XVII en la isla de Java, con gran peligro de su vida. Y en Europa se menciona por primera vez hacia el año 1559, con el nombre de Chay Catay, o té de la China. De él habla un viajero veneciano, Juan Bautista Ramusio en su libro de memorias Navigationi e Viaggi. Sin embargo parece que fue traído a Occidente por jesuitas españoles. Y tanto fue el gusto que por la nueva bebida se tuvo que algunos, como el médico holandés Bontekoe, del siglo XVII, aseguraban que para estar sano era conveniente tomar más de doscientas tazas de té al día.
  Fue en Inglaterra donde el té halló máximo arraigo. En 1657 se anunciaba como la más excelente bebida de la lejana China, recomendada por todos los médicos del Reino Unido. Por aquella época ya se vendía en más de dos mil establecimientos londinenses, junto con el café. Sin embargo, la costumbre típicamente inglesa del «té de las cinco» tardó en surgir: se le ocurrió a cierta dama de la sociedad londinense, la esposa del séptimo duque de Bedford. Fue ella quien estableció aquella costumbre, todavía inamovible. Fue también en Inglaterra donde se fundó el primer monopolio de este producto: la Compañía de las Indias Orientales, que mantendría su poderío hasta mediados del pasado siglo. Fue precisamente a esta compañía a la que debe imputarse la lucha por la independencia en los Estados Unidos de Norteamérica cuando este país era colonia inglesa. La secesión de la colonia americana, de la metrópoli, lleva el nombre de Tea Act, o Acta del Té, del año 1773.

  En Holanda surgió la costumbre de añadir leche al té, y luego azúcar, e incluso azafrán y hojas de melocotonero, para aromatizarlo y hacerlo así más apetecible.

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